
Comienzo mi colaboración hablando de una película que admiro, probablemente mi preferida dentro del género de terror. El Exorcista constituye un mito en lo que al cine fanterrorífico se refiere. Supone, además, un hito en la historia del cine: marcó un antes y un después. Es, sin duda, un clásico del cine de terror y algunas de sus escenas forman ya parte del imaginario colectivo.
Su fama de película maldita hizo de ella un film temido. Muchos son los que aún hoy no se han atrevido a verla, pero nadie la desconoce.
La interpretación de los actores fue inmejorable; la dirección, magistral. El argumento trata el caso particular de una posesión diabólica y de su exorcismo, tema que no ha perdido actualidad con el paso del tiempo, y, por extensión, la difícil cuestión del bien y del mal, de cómo el mal puede encarnar en lo más inocente y puro que podemos imaginar, una niñita de pocos años. El tema no supone ninguna novedad, como tampoco lo es la representación del mal como algo visiblemente feo, horrible, grotesco y repugnante encarnado en esa niña de rostro hinchado, plagado de cicatrices, que escupe guacamole, que blasfema y actúa de forma impropia para su edad.
El mal verdadero no es tan fácil de ver, pero, a veces, resulta más lejano. Lo identificamos con guerras, catástrofes, genocidios y no tenemos en cuenta que el mal también está entre nosotros, dentro de nosotros mismos y en muchos actos cotidianos. ¿Qué puede haber más terrorífico que el hecho de ver reflejado a Satán, la representación del mal, en tus propios hijos? ¡Cuántos padres mirarían a sus hijos con recelo y hasta con temor después de ver esta película!
Desde luego, no podemos decir que sea uno de esos films en los que el tiempo sólo ha dejado polvo, una pátina especial lo cubre.
Y sin embargo, en las nuevas generaciones de adolescentes que se acercan a él no produce, a veces, más que hilaridad. Nosotros mismos, los jóvenes o adultos de hoy, volvemos a ver la película y no podemos reprimir en ocasiones una respetuosa risa, olvidando las pesadillas y obsesiones que nos produjo la primera vez que la vimos. ¿Qué ha pasado? Quizá el problema sea que se trata de una película hija de su época y debemos mirarla con las lentes de entonces.
Han sido tantos los films que han seguido su estela, que han hecho de ella la fundadora de un subgénero dentro del género de terror, pero, al mismo tiempo, la han trivializado. A eso debemos añadir el realismo espeluznante que se ha conseguido en muchas películas, unido esto a lo acostumbrados que están hoy en día nuestros ojos a ver toda clase de atrocidades con sólo encender el televisor. Todo ello ha hecho que El Exorcista ya no impresione y que hasta los diálogos resulten a veces pueriles, fomentado a su vez por la banalización que se hizo de la película y hasta ridiculización del personaje de la niña por parte de humoristas.
Todos estos factores que la han convertido en un clásico y en pionera y fundadora de un subgénero, también han hecho que pierda impacto visual.
No obstante, la película sigue envuelta en un halo de misterio y cumpliendo, a pesar de todo, su principal objetivo, producir miedo en el espectador.. Y hasta esa sonrisa que a veces nos provoca, se nos congela inmediatamente en la cara convertida en una mueca de terror.
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